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Panamá: La Crisis y el Coronavirus

William Hughes














La Crisis y el Coronavirus

No faltará quienes ahora inculpen al Coronavirus de la crisis económica que vive el mundo, incluyendo a los políticos y los ideólogos de los grupos económicamente poderosos en cada uno de nuestros países.  Pero la crisis estaba presente antes del Coronavirus; la pandemia solo la agravará y forzará a salidas para las que debemos prepararnos. Los políticos, ideólogos y gremios empresariales, tratarán de aprovechar la coyuntura para recomponer sus procesos de acumulación global, a costa de hacer recaer la crisis en los sectores de estratos medios y populares, como siempre lo han hecho.  Las fuerzas populares debemos comprender la coyuntura, a fin de afinar nuestro accionar, enfrentando tales pretensiones, al mismo tiempo que contribuimos a elevar el nivel de organización y concientización, dirigidos a fortalecer el poder popular, el poder de los más necesitados.

Después de la posguerra la crisis se ha manifestado en distintos momentos: la crisis del dólar de finales de los años sesenta e inicios de  los setentas, la crisis financiera (llamada de la deuda) de los años ochenta, el crash de la bolsa de valores de 1987, “episodio” que es considerado en los informes de los organismos internacionales, como una llovizna pasajera, la convulsión social generalizada vivida en América Latina durante la década del ochenta, como resultado de la aplicación de las exigencias del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), la crisis de México de 1994, el “efecto tequila” que alcanzó a Argentina, la crisis asiática de 1997, la “burbuja tecnológica”, el crash de las empresas tecnológicas de internet (la Dot-com bubble) de 2000 en los Estados Unidos y la de finales de 2007 que estalló en el mismo país, y que se calificó inicialmente como “crisis inmobiliaria” (la burbuja inmobiliaria), y que luego cambiaría a “crisis financiera”. Esta última, pese a los deseos de que acabe, aún no se recobra. 

La crisis del modelo económico de pos guerra fue marcada por el dominio del capital financiero sobre la actividad productiva, lo que hoy conocemos como la financiarización. Pero, este esquema, más que soluciones ha generado nuevos problemas, y las acciones de política económica para enfrentar la crisis han terminado siendo solo paliativos, acciones curativas momentáneas, de corta duración, llevando a la sociedad a afrontar serios niveles de desigualdad social y de depredación ambiental.  Tales medidas han requerido la represión policiaca y conculcar los derechos de los ciudadanos, algo que hoy día, los ideólogos de la derecha y ultraderecha no quieren recordar.  Toda la década del ochenta y noventa, período en que se ejecutan las llamadas políticas del “Consenso de Washington”, o el afianzamiento del neoliberalismo, otro concepto que a estos ideólogos le es epidérmico, fue basada en la represión a los sectores populares, sindicatos, campesinos, indígenas, pobladores en general.  Estas medidas se afincaron en la violación de los derechos humanos, en la represión policiaca, el asesinato, el encarcelamiento y el terrorismo judicial como instrumento de persecución política. Privatizaron las empresas estatales, liberaron los precios internos y externos, los tipos de cambio de la moneda, redujeron drásticamente el gasto público para reducir el déficit fiscal y liberar fondos para pagar la deuda externa, se eliminaron subsidios, se despidió masivamente a trabajadores del sector público, y el despido de los trabajadores del sector privado vino con la contracción económica.  En Brasil, como ejemplo, estas medidas, aplicadas en los primeros años de los noventa, hicieron que 7 millones y medio de personas perdieran sus empleos. Las medidas dejaron desamparados, en la calle, literalmente, a millones de personas, con toda la secuela que tal condición social produce en los seres humanos, en las familias.  Lo perdido jamás se recupera, y hablamos de vidas humanas, de oportunidades de educación y de mejoramiento de vida.  Esto, muy convenientemente, los ideólogos de la derecha y de la ultraderecha, lo quieren enterrar en el olvido; que no recordemos estas atrocidades producidas por el neoliberalismo.

 Michel Camdessus, quien dirigió la segunda parte de estas medidas desde el FMI, lo dijo sin sensibilidad humana alguna, argumentando las viejas tesis del “mal menor” y del “futuro promisorio”.
“La necesidad por políticas más fuertes y no por algún gradualismo complaciente en esfuerzos de ajuste ( …) Varios países han elegido este camino – una decisión dolorosa en muchos casos – porque ello les ofrece una perspectiva de alcanzar crecimiento sostenible.  Esta ´revolución silenciosa´ en actitudes en muchos países en desarrollo (…) está ahora mostrándose en un número de países que han solicitado ayuda al Fondo (FMI) en formular sus programas de ajuste orientados al crecimiento”.


En la actualidad, toda la información sugiere que el paradigma neoclásico-neoliberal está en crisis aunque los grupos de poder liderados por el capital financiero, persisten en continuar ejecutándolo. Se ha impulsado la inversión ahorradora de mano de obra y, además, se canalizado hacia países cuyos salarios están deprimidos, como mecanismo de aumentar sus ganancias, y aumentar su “competitividad” basados en salarios de miseria. Se ha producido una sobre acumulación de capital y reducido la capacidad de compra de los trabajadores, resultando en un exceso de  producción que no se puede vender, generando una caída de la tasa de ganancia general de la economía, dentro de un proceso de concentración de la riqueza: los de mayor riqueza se apropian cada vez más de lo producido. Se  ha favorecido la apropiación de riqueza (el capital financiero) en desmedro de la producción de riqueza (el trabajo productivo-la actividad productiva de bienes). 

Los datos muestran que en el mundo, desde los años setenta la participación de las remuneraciones de los asalariados ha disminuido, con lo cual también ha caído su participación en el consumo de los hogares.  Estados Unidos, que representa casi el 20% de la producción mundial, disminuyó la participación de la remuneración (compensación total de ingresos) de los trabajadores de 58% del PIB a 56% de 1971-1993, y para 2018 había caído al 53%. Contrariamente, la participación de las ganancias de las empresas en el PIB aumentó de 30% a 32% en el mismo período, y se aceleró en el segundo período, alcanzando en 2018 el 38% del PIB.  La participación de los impuestos en el PIB, que se mantuvo alrededor del 12% durante el período de posguerra, hasta inicios de los noventa, en el período posterior tendió a disminuir, alcanzando el 8% para 2018.  La reducción de los impuestos favoreció a las grandes empresas y grupos económicos más poderosos.

La participación de los sueldos y salarios en el consumo personal disminuyó de 85% en 1970, a 78% en 1980, a 72% en 1990, y para 2018 representaba el 63%.  Los salarios de los trabajadores, progresivamente, perdían importancia en el consumo porque cada vez los salarios representaban una menor proporción del producto interno bruto, de la riqueza generada en los Estados Unidos.  Contrariamente, la participación de “otro ingreso personal”, donde se registran los ingresos de aquellos que reciben dividendos de propiedad de acciones de las empresas, aumentó su participación en el consumo de 49% en 1979 a 63% en 2018.  Esto quiere decir, el consumo de los trabajadores se había deteriorado, considerando además que su ingreso personal se ve disminuido con el pago de los créditos bancarios, y que quienes recibían dividendos, accionistas de las empresas tenían mejor capacidad de consumo y de ahorro. Este sistema ha estrangulado la capacidad de absorción de los bienes producidos por la sobre acumulación de capital, que además es ahorradora de mano de obra.

Los trabajadores productores de bienes, progresivamente fueron perdiendo aún más importancia en la economía, contrario a los trabajadores cuyos salarios son financiados con la riqueza generada en la actividad productiva. Los sectores financieros, a través de la tasa de interés, así como el comercio y las inmobiliarias, a través de los precios oligopólicos y especulativos, extraían y se apropiaban riqueza de los sectores productivos. Los trabajadores del comercio al por menor y menor, servicios automotrices, finanzas, seguros, bienes raíces y servicios, aumentaron su participación en el empleo total de 41% en 1970 a 54% en 1990 y a 64% en 2018, es decir, su participación aumentó en 56%. Sus salarios promedios se mejoraron.  En cambio, los trabajadores de la agricultura, silvicultura y pesca, Minería, Construcción, Industria Manufacturera, Transporte, Comunicaciones y Electricidad, gas y servicios sanitarios, disminuyeron su participación tanto en empleo como en salarios, de 37% en 1970 a 28% en 1990 y a 19% en 2018, para el empleo, y de 44% a 34% y a 24% para los salarios, en los mismos años mencionados.  

Los gobernantes de los países han llevado una carrera por competir por quién ofrece mejores ganancias al capital extranjero, modificando leyes laborales facilitadoras de reducciones salariales y para debilitar la organización sindical, reduciendo impuestos a estas empresas, lo cual agudiza el endeudamiento por las remesas de las ganancias y utilidades del capital extranjero y debilita la capacidad del estado de enfrentar el pago de la deuda externa, así como para atender demandas sociales, con lo cual se presiona con impuestos a las capas medias y sectores populares deteriorando el poder adquisitivo de los trabajadores en general. Ha agudizado la concentración de la riqueza, con lo cual se ha potenciado el consumismo y la depredación ambiental.  Se produce para los que pueden comprar, por lo que se excluyen a los pobres y se producen bienes para los sectores de mayor poder adquisitivo.  La ganancia por encima de la vida humana, es la consigna del modelo económico y social. Ha reducido la capacidad de compra de los trabajadores, ha profundizado el endeudamiento de las capas medias y baja, lo cual, a la larga, debido a los intereses bancarios, produce mayor deterioro de la capacidad de compra a futuro. Ha reducido los impuestos a los sectores de más altos ingresos y a las grandes empresas, relajado y debilitando los mecanismos tributarios, acciones propicias para la evasión fiscal., lesionando la capacidad de los gobiernos de captar ingresos vía impuestos. Estas medidas han sido acompañadas de la reducción del gasto social en salud, educación, vivienda, agua potable, infraestructura sanitaria, y servicios básicos en general, con lo cual la desigualdad no es solo a nivel de los ingresos sino en todo el plano social. Empresas estatales han sido privatizadas con lo cual también reduce la capacidad del gobierno de aumentar sus ingresos.  Ello ha favorecido el endeudamiento de los gobiernos para cubrir los gastos operativos y de infraestructura, cuestión muy conveniente al capital financiero dispuesto a hacer este financiamiento, endeudamiento que también se ha convertido en un instrumento de dominación política y económica.  Con esto se fortalece aún más el capital financiero.  Todas las medidas de supuesto “rescate”, ejecutadas cuando la crisis de 2007/08, favorecieron a los causantes de la crisis; el gran capital financiero internacional.  Por ello, después de 12 años, la crisis persiste; pese a que ocurran aparentes momentos de recobro, que terminan siendo fugases. Las medidas posteriores, que continúan favoreciendo al capital financiero transnacional, en desmedro del capital real, de la actividad productiva, agudizan las condiciones estructurales de la crisis. La corrupción es estimulada por la financiarización, por el capital financiero. No es exclusiva de éste, pero si favorece su fortalecimiento, en tanto que la financiarización se fundamenta no en la producción de riqueza sino en la apropiación de riqueza, y para hacerlo hace de todo: coimas, sobornos, negociados, etc. Los políticos y grupos empresariales están prestos a cada uno de estos movimientos para aumentar sus ganancias, así sea mediante la corrupción. Es en este escenario en que aparece el Coronavirus, el cual, sin duda agravará este contexto estructural de crisis económica y social, pero que su solución no puede estar en seguir profundizando las medidas neoliberales. Aunque todo parece que este es el Plan que tienen los grupos de poder dominantes. Pero también este instrumento tiene sus límites; hay que cobrar la deuda y los gobiernos cada vez tienen mayor dificultad para afrontarla.  Los más pobres son los más vulnerables.  El neoliberalismo ha agudizado esta vulnerabilidad. 

La Pandemia actual, producida por el Coronavirus ha puesto de manifiesto las debilidades generadas por el mercado totalitario, aunque claman por la intervención del estado cuando hay que rescatarlos debido a las crisis.  Pero, la argumentación de los ideólogos de la derecha y la ultraderecha será que la crisis no es estructural, sino causada por el Coronavirus, y que superada esta etapa, todo volverá a la normalidad.  Esta pretensión de ocultar lo estructural es lo que hay que desenmascarar, como una de las primeras acciones; hay que insistir en las causales estructurales y la necesidad de una salida a la crisis negando el neoliberalismo, y concientizando y fortaleciendo la organización de los trabajadores, campesinos, indígenas, maestros, profesores, gremios profesionales, estudiantes, pobladores, sectores populares en general.  El momento es propicio para exponer la crueldad del neoliberalismo y su incapacidad de darle respuesta a la crisis del propio capital.

William Hughes
Economista
Especial para FRENADESO Noticias





Enviado el Viernes, 03 abril a las 22:06:53 por franckoi
 
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